Locke decía que el deseo es el malestar que provoca la experiencia de la ausencia, de la carencia y que ese mismo malestar propicia la actividad humana.
El deseo, pulsión que nos obliga a salir de nuestros limites y conciencia de finitud. Nos sitúa fuera de nosotros mismos  poniéndonos en contacto con lo otro, con lo ajeno, tornándose la limitación en limite de lo posible. El deseo nos expone a la angustia y a la esperanza. Al borde permanente del fracaso porque esa misma pulsión de deseo jamás es superada, lo que nos impulsa constantemente a volver a la acción para alcanzar lo inalcanzable.